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La Democracia Conventual: Sobre Vítores, de Ricardo Palma



Por: César Sánchez Martínez


It is Literature that shows us the body in
its swiftness and soul in its unrest.
OSCAR WILDE, The critic as artist


Alexis de Tocqueville sostenía que los países al sur de Estados Unidos nunca gozarían de la libertad de su poderoso vecino, pues en ellos las costumbres democráticas no existían. Cada vez más parece darle razón la realidad; sin embargo, el ejercicio electoral en el Perú fue practicado durante largo tiempo y con bastante similitud al actual. La aguda pluma de don Ricardo Palma no dejó de de historiar estos comicios en el quinto volumen de sus Tradiciones, bajo el título de Vítores.

Si bien votar no es un hábito democrático por sí solo, durante el piélago absolutista que significó para la vida cívica el Virreinato, fue una de las pocas actividades que prefigurarían las instituciones y hábitos republicanos:

"La palabra vítores (...) estuvo de moda en el Perú allá por los tiempos en que los virreyes consignaban en la Memoria o Relación de mando el temor de que Lima se convirtiera en un gran claustro; tan crecido era el número de sacerdotes y monjas".

En efecto, de las decenas de miles de almas que habitaban Lima, las únicas que podían acariciar la ilusión de poder elegir a sus autoridades eran las que habitaban en conventos:

"En una sociedad que carecía de novedades y distracciones y en la cual ni la política era, como hoy, manjar de todos los paladares, cada capítulo o elección de superior o abadesa de convento era motivo de pública agitación. Las familias ponían en juego mil recursos para conseguir votos a favor del candidato de sus simpatías, ni más ni menos que hogaño cuando en los republicanos colegios de provincias se trata de nombrar presidente para el gobierno o desgobierno (que da lo mismo)".

Las justas electorales eran tan o más violentas, reñidas y retorcidas que las actuales y "con frecuencia, el virrey, los oidores y hasta la fuerza pública tuvieron que intervenir para poner término a los desórdenes".

Las elecciones eran mucho más reñidas en los conventos de monjas, donde se llegaban a dar casos de grescas e inclusive asesinatos.

"Gobernar una republiqueta de mujeres era empresa, y grande. Las aspiraciones eran infinitas, y tenaz la oposición para con la abadesa, que no podía satisfacer los innumerables caprichos de sus súbditas, doblemente caprichosas por ser mujeres y monjas, que es otro ítem más. La anarquía era, pues, plato diario en los monasterios".

Llegado el tiempo de las elecciones, las monjas se dividían en dos partidos. Realizados los comicios, las vencedoras "concurrían a los claustros armadas de matracas encintadas, marimbas, panderos con cascabeles y otros instrumentos, cantando coplas en loor de las monja electa, y aun satirizando a la derrotada y a sus secuaces. A estas coplas y a ese barullo se dio el nombre de vítores".

Escenas parecidas se daban en los conventos de frailes. Coplas ingeniosas, celebraciones estruendosas, recuentos de votos reñidísimos y -aún antes que alguno de nuestros pícaros politicastros pudiese concebir aquella monstruosidad llamada PRONAA- candidatos que se valen del estómago de sus macilentos electores para alcanzar la victoria:

"Diz que los padres crucíferos de San Camilo andaban aburridos con el prelado, que a mañana y a tarde les hacía servir en el refectorio un guisote conocido con el nombre de chanfaina. Fama tiene hoy mismo la chanfaina de la Buenamuerte. Llegó la época de elecciones, y uno de los aspirantes ganó capítulo sólo por haber dicho: Si triunfo la chanfaina se quita. A eso se refiere el vítor:

Dios, con su próvida mano,
Nos redimió en nuestra cuita.
¡Vítor el padre Otiliano,
Que la chanfaina nos quita!”

Sin embargo, el buen padre Otiliano –candidato al fin y al cabo- incumplió su promesa y siguió con la chanfaina, salvo que un poco más sequita.

En las siguientes páginas don Ricardo discurre sobre otros vítores menos interesantes, los proferidos durante las elecciones de doctores, título tan frecuente en sus tiempos.

La Democracia Conventual determinó en gran medida el quehacer republicano del Perú independiente. Tanto así que en el primer Congreso Constituyente de 1822, gran parte de los representantes eran clérigos, siendo sus figuras más señeras, Toribio Rodríguez de Mendoza, presidente de las Juntas Preparatorias y Francisco Javier de Luna Pizarro, presidente del Congreso, ilustres sacerdotes y liberales concienzudos y duchos en el toma y daca republicano.