1. Universidad
Henry Newman (2011b) y Leo Strauss (2007) coinciden en que
la Universidad es el espacio donde la educación liberal encuentra su lugar,
debido al reconocimiento de una comunidad en el saber; es decir, que estudia la
Verdad.
Debemos asumir que el fin de la universidad es teorético o
especulativo, pues según Octavio Derisi (1980):
[…] el fin
especificante de la Universidad es la
investigación y trasmisión o docencia de la verdad en un nivel superior de la
ciencia o de-velación de sus causas en todas sus manifestaciones particulares
–ciencias estrictamente tales, en el sentido contemporáneo del término- y en su
visión sapiencial de la Filosofía, y de la Teología cristianas en la actual
providencia del hombre –ciencia en el sentido clásico- que las integra o
unifica en el plano fundamental de sus últimas causas (p. 20).
Recordemos que, el siglo XIII fue propicio para las
universidades en el orbe, originándose inclinaciones corporativas formadas por
profesores y estudiantes pertenecientes a las escuelas de las ciudades;
denominándose universitas. El objetivo de esta unidad intelectual
fue la defensa de los intereses de sus miembros, la regularización de la
enseñanza y las condiciones de admisión. En este horizonte, surge Notre-Dame en París como escuela catedralicia, junto a San Víctor y Santa
Genoveva, quienes gozaban de gratuidad y libertad de enseñanza reconocidas por
decreto del papa Alejandro III, en 1179.
Años después, en 1200, el rey Felipe Augusto reconoce las
libertades y privilegios de la Universitas magistrorum et scholarium
Parisiensium (Asociación de los maestros y estudiantes de París), cuyo Studium o
centro superior de enseñanza fue llamada universidad. Más adelante, en 1215, el
Papa Inocencio III reconocía las autonomías esenciales a la universidad de
París, como son la autonomía de la jurisdicción eclesiástica, sustrayéndose de
la autoridad del obispo y se subordinaba al Papa; la exención de la autoridad
real, sin control de oficiales reales y eximida de impuesto; y la autonomía de
gestión, que otorgaba a la universidad soberanía sobre sus asuntos internos y
colación de grados, así como derechos de huelga y secesión. Asimismo, el Studium también
originó universidades como Bolonia, Montpellier y Oxford (Claramunt, 2014, pp.
243-245).
Ahora bien, podemos apreciar que la investigación y
trasmisión o docencia de la verdad obedece a un plano contemplativo del ser
humano que, por su razón natural, debe y puede conocer la naturaleza de las
cosas y la naturaleza del hombre, diferenciándolas por su esencia que le
permite reconocer la individualidad y la trascendencia. Sin embargo, nos
debemos prescindir de un plano práctico o propio de la acción humana, que es el
servicio a la comunidad, espacio donde la Universidad se encuentra, se sustenta
y colabora en las relaciones sociales, tanto económicas, jurídicas o políticas
que contribuyen al bien común.
A decir del cardenal Newman, la Universidad hace profesión a
partir del saber universal (2011b, p. 55-56), especialmente porque:
El estudiante se
beneficia de una tradición intelectual, que es independiente de profesores
individuales y que le guía en la elección de sus asignaturas, e interpreta
adecuadamente para él las que elige. Aprende las grandes líneas del saber, los
principios en los que descansa, las proporciones de sus diversas partes, sus
luces y sombras, sus grandes y sus pequeños puntos, como de otro modo no lo
aprehendería. Por eso se llama liberal
a esta educación. Se forma en ella un hábito de la mente que dura toda la vida,
y cuyas características son libertad, sentido de la justicia, serenidad,
moderación y sabiduría. Es en suma lo que en un discurso anterior me he
atrevido a denominar hábito filosófico. Esto es lo que considero el fruto
singular de la educación suministrada en una Universidad, en contraste con
otros lugares o modos de enseñanza. Éste es el fin principal de una Universidad
en el trato con sus estudiantes (p. 125).
Resulta llamativo que Leo Strauss se pregunte si esa
educación liberal se brinda en las facultades y universidades en la actualidad,
especialmente porque la educación liberal que él encomia es de corte clásico
(2007, p. 37).
Pero ¿qué es la educación liberal? ¿Qué concibe Leo Strauss
por educación liberal? ¿La educación liberal straussiana va del pensamiento a
la acción? ¿Qué entiende John Newman por educación liberal? ¿Tiene alguna
influencia su formación teológica en la concepción de ese saber primigenio? ¿La
educación religiosa y la educación liberal (como la filosofía y la teología) tienen
algún nexo en relación a la comunidad política? ¿Y en qué medida contribuyen
estas ideas al bien común?
2. Leo Strauss y educación liberal clásica
Un problema cotidiano en la lectura de los filósofos
políticos es el pensamiento sobre la libertad.
En la Antigüedad y en la Cristiandad, el concepto de
libertad no constituía un derecho individual propio de una libertad moral por
encima de la comunidad política. Tampoco ubicaron a los intereses individuales
(o derechos meramente subjetivos) como superiores a la tradición o las
costumbres que regían el conjunto de normas morales, jurídicas y religiosas de
esa sociedad, que ordenaban al hombre en sus fines temporales o sobrenaturales,
propio de la ley natural y la ley eterna.
Por ello, la libertad individual de los modernos es distinta
a la libertad de los antiguos, debido a que en estos no existía un derecho
individual como ideal político consciente, sino un gobierno de la ley y la
participación (o la deliberación) en la toma de decisiones políticas en la polis.
Especialmente porque, siguiendo a Aristóteles, el derecho se asociaba con la
justicia particular y la distribución de bienes, propio de la justicia
conmutativa o la justicia distributiva; sin embargo, ya en la Baja Edad Media,
el derecho va asumiendo una dimensión subjetiva asociada a la moral, y donde el ius clásico
comenzará a cambiar su acepción originaria del reparto o la acción por términos
como dominium (propiedad), uso, libertas, demanda y facultas (Hernando,
2002, pp. 19-26), con un imperante acento en los intereses de un ser humano que
exigía la protección individual de la vida, la libertad y la propiedad; así
como una representación mecánica de la sociedad política.
De aquí que sea importante en Strauss un retorno a la
filosofía política clásica, porque el tema de ésta es la Ciudad y el Hombre
(2006, p. 9) y el conocimiento político que se dirige a comprender la
naturaleza de las cosas políticas o el buen orden político, que antiguamente se
conocía como ciencia política (politike episteme), lo que implica
también poseer un conocimiento de la naturaleza humana (Hernando, 2010, pp.
316-318). Expresa Leo Strauss (2006):
La decadencia de
la filosofía política en ideología se manifiesta claramente en el hecho de que,
tanto en la investigación como en la enseñanza, la filosofía política fue
reemplazada por la historia de la filosofía política. Esta sustitución se
podría justificar como un intento bien intencionado de prevenir, o al menos, de
demorar, el entierro de una gran tradición. En los hechos, no es sólo una
medida insuficiente sino un absurdo: reemplazar la filosofía política por la
historia de la filosofía política significa reemplazar una doctrina que afirma
ser verdadera por una visión general de errores más o menos brillantes (p. 19).
Asimismo, la ciencia social, especialmente en la enseñanza y
estudio de la política, se regocijó en la proliferación de los hechos o
acontecimientos políticos que irrumpen en la Historia, mas no realiza una
valorización de los mismos. Herencia de Francis Bacon, quien en el siglo XVII
abrió el camino a la Ciencia Empírica e Inductiva, y criticó el Método
Científico Deductivo, iniciando así un estudio basado en las constataciones que
regirían como verdades absolutas. Esta Ciencia Positiva pasó a la Política y originó
la Ciencia Política en reemplazo de la Filosofía Política. Aquella distinguía
los hechos y los valores, y profesaba que estos dependían de los individuos,
mas no pueden existir valores colectivos o una verdad colectiva, para pasar
luego a establecer leyes colectivas. Así, la búsqueda del mejor régimen
político o la participación del hombre en la ciudad no son relevantes
científicamente, sino que importa el estudio del poder (Hernando, 2002, pp.
203-205).
De ahí que la
ciencia social no puede alcanzar la lucidez acerca de sus actos si no posee una
comprensión coherente e integral de lo que a menudo se llama el sentido común
de los asuntos políticos, es decir, si no comprende en primer lugar lo político
tal como lo entienden los ciudadanos o los hombres de Estado […]. Sostenemos
que esta comprensión coherente e integral de lo político está a nuestra
disposición en la Política de
Aristóteles, precisamente porque la Política
contiene la forma original de la ciencia política: esa forma en que la ciencia
política no es otra cosa que la forma plenamente consciente de la comprensión
del sentido común de lo político. La filosofía política clásica es la forma
primaria de la ciencia política porque la comprensión del sentido común de lo
político es primaria. (Strauss, 2006, p. 24).
2.1. La educación liberal: el cultivo de la mente
Apreciamos, entonces, que la filosofía política de Strauss
aboga por un retorno a la filosofía política clásica (2006, p. 23) ante la
confianza en la sola razón y la voluntad por la Modernidad. Ante este
escenario, la búsqueda del mejor régimen político no recibirá el reconocimiento
que merece en tanto los hombres se encuentren por entero inmersos en la vida
política (2006, p. 33). Ahora bien, en realidad este principio no se cumple,
pues no todos gobiernan en la ciudad, sino una parte. Se requiere ciudadanos y
caballeros que sean educados. Sin embargo, es importante separar la vida
contemplativa o la búsqueda del conocimiento de las cosas de la vida práctica
propio de las acciones morales o virtuosas. Siguiendo a Aristóteles, señala
Strauss que “[…] el fin supremo del hombre por naturaleza es la comprensión
teórica o la filosofía, y esta perfección no necesita de la virtud moral en
tanto virtud moral. Esto es, de los actos nobles y justos como dignos de ser
elegidos en sí” (2006, p. 46), que se ordenan a la felicidad, aunque sí
necesitara de los actos virtuosos y de la prudencia para encaminarse en el
estudio. “Las virtudes morales están vinculadas de forma más directa con el
segundo fin natural, su vida social; por lo tanto, se puede pensar que las
virtudes morales son comprensibles en tanto virtudes esencialmente al servicio
de la ciudad” (2006, p. 46). Entendemos, por ello, que la finalidad
contemplativa es distinta de la finalidad práctica, aunque sí tienen una
vinculación en la medida que es necesario saber y obrar sobre la realidad
circundante, la ciudad, y orientar nuestras acciones en su conservación o
realización.
Bajo estas consideraciones, el filósofo político clásico
manifiesta que:
La educación
liberal es la educación en la cultura o para la cultura. El producto terminado
de una educación liberal es un ser humano cultivado. “Cultura” (del latín: cultura) quiere decir en primer lugar
agricultura: el cultivo de la tierra y sus productos, el cuidado de la tierra,
el mejoramiento de la tierra según su naturaleza. “Cultura” en su sentido
derivado, y en la actualidad el principal, quiere decir el cultivo de la mente,
el cuidado y el mejoramiento de las facultades innatas de la mente según su
naturaleza (Strauss, 2007, p. 13).
Al ser Strauss heredero de la tradición filosófico político
clásica, es atribuible que ese estudio esté “[…] en el cuidado apropiado de los
grandes libros que dejaron las mentes más grandes, un estudio en el que los
alumnos más experimentados ayudan a los alumnos menos experimentados,
incluyendo a los principiantes” (2007, pp. 13-14). Es decir, esas mentes
brillantes son Sócrates a quien conocemos por Platón, y especialmente
Aristóteles. Un conocimiento del que sabemos en la Cristiandad por la
escolástica de Santo Tomás de Aquino a la luz del Evangelio y de la Tradición
de la Iglesia sobre la ciudad orgánica, jerárquica y estamentada, donde los
hombres convivían en la armonía de la razón y la fe, cuya búsqueda del bien
común abarcaba lo temporal y lo espiritual, pues la filosofía consiste en la
búsqueda de la verdad y “[l]a búsqueda del conocimientos de ‘todas las cosas’
significa la búsqueda del conocimiento de Dios, del mundo y del hombre, o más
bien la búsqueda del conocimiento de la naturaleza de todas las cosas”
(Strauss, 2014, p. 80).
2.2. La educación liberal: el cultivo de la mente es las
letras
“La educación liberal es cierto tipo de educación letrada:
una educación en letras o a través de letras. No hay necesidad de hacer una
defensa de la alfabetización; todo votante sabe que la democracia moderna
depende de la alfabetización” (2007, p. 15). Leo Strauss defiende una educación
en las letras o estudio de esos grandes libros que evocan las mentes más
grandes sin descuidar la realidad imperante de la democracia moderna, que bajo
el influjo de una ciencia empírica, se preocupa por una democracia como es o
real antes de apreciar a la democracia en su sentido originario o ideal.
[…] la
democracia es el régimen que depende de la virtud: una democracia es un régimen
en el cual todos o la mayoría de los adultos son hombres virtuosos, y, como al
parecer la virtud exige la sabiduría, un régimen en el que todos o la mayoría
de los adultos son virtuosos y sabios, o la sociedad en la cual todos o la
mayoría de adultos han desarrollado su razón en un alto grado, o la sociedad racional. En una palabra, se
supone que la democracia es una aristocracia ampliada y universal (Strauss,
2007, p. 15).
Y, por sentido común o dosis de realpolitik,
podemos concordar con Strauss que la “[…] democracia moderna, lejos de ser una
aristocracia universal, sería un gobierno de las masas de no ser por el hecho de
que las masas no pueden gobernar, sino que están gobernadas por élites”
(Strauss, 2007, p. 16). Por tanto, al depender el gobierno de las masas, se
reconocía una cultura de masas. “Una cultura de masas es una cultura que puede
adquirirse por medio de las capacidades más bajas, sin esfuerzo intelectual o
moral alguno y a un valor monetario muy bajo” (Strauss, 2007, p. 16).
La educación
liberal es la escalera por la que intentamos ascender de la democracia de masas
a la democracia en su sentido originario. La educación liberal es el esfuerzo
necesario para fundar una aristocracia dentro de la sociedad de masas
democrática. (Strauss, 2007, p. 16)
2.3. La educación liberal: la responsabilidad cívica
Recordemos que, según la tradición política griega, ser
“liberal” tuvo un significado político; es decir, el “hombre liberal era aquel
cuya conducta era propia de un hombre libre […]. El amo, por otro lado, tiene
todo el tiempo para sí, esto es, para las actividades que le son propias: la
política y la filosofía” (Strauss, 2007, p. 25), distinto del esclavo que
trabaja para sobrevivir. Sin embargo, ¿qué podemos decir del hombre con relativa
riqueza?
Si atendemos a esta condición y a las finalidades
primordiales del hombre, diremos que éste debe dedicarse a otras cosas más
importantes, pues su formación será propia de la educación liberal y se
convertirá en un señor ocupado por el buen orden del alma y de la ciudad
(Strauss, 2007, p. 26), cuya educación contribuirá a su buen carácter y el
gusto. Además de la oratoria y administración, entre otros.
A pesar de que una minoría de hombres posee cierta riqueza
para ser señores, no todos tienen esa noble disposición a una alta educación
que exalte sus cualidades anímicas; por el contrario, esto lleva a Strauss a
considerar que “[e]l principio de la democracia, por tanto, no es la virtud
sino la libertad, entendida como el derecho de cada ciudadano de vivir como lo
desee. Se rechaza la democracia porque en sí es el gobierno de los no educados”
(Strauss, 2007, p. 28).
Por otro lado, este señor formado, asumirá una
responsabilidad con la vida contemplativa o la vida práctica, volcando los
conocimientos adquiridos a una de ellas, según su aspiración, pues la educación
liberal, “[a] la luz de la filosofía […] adquiere un nuevo significado: la
educación liberal, en especial la educación en las artes liberales, aparece
como una preparación para la filosofía. Esto significa que la filosofía
trasciende la nobleza” (Strauss, 2007, p. 29), propia del señor.
Se dice que las
actividades propias del señor son la política y la filosofía. La filosofía
puede ser entendida en términos generales y estrictos. Si se la entiende en
términos generales, equivale a lo que en la actualidad se denomina intereses
intelectuales. Si se la entiende en términos estrictos, significa la búsqueda
de la verdad acerca de los asuntos más importantes, o de la verdad integral, o
de la verdad acerca de la totalidad o de la ciencia de la totalidad. Cuando se
compara la política con la filosofía entendida en términos estrictos, se
comprende que la filosofía posee una jerarquía superior. La política es la
búsqueda de ciertos fines; la política decente es la búsqueda decente de fines
decentes (Strauss, 2007, p. 29).
Finalmente, Strauss llama la atención al considerar que la
educación liberal no se convertirá en universal y seguirá siendo privilegio de
una minoría, ni todos asuman el poder político. “Ya que nos podemos esperar que
la educación liberal conduzca a todos los que se benefician de ella a
comprender su responsabilidad cívica del mismo modo o a que coincidan
políticamente” (Strauss, 2007, pp. 44-45). Y esto es lo que también
consideramos como racionalidad política clásica en dos aspectos: la razón como
búsqueda de la verdad, y la razón entendida en clave ética y moral (Garzón,
2009, p. 310).
3.- John Henry Newman: educación liberal clásica y
educación religiosa
No debemos perder de vista la importancia de dos hechos que
trascienden la Historia. El derecho natural en la Cristiandad, pues a partir de
una concepción metafísica del hombre y de sus finalidades naturales, conocidas
por la rectitud de su razón natural, le permitirá alcanzar la perfección en la
vivencia de las virtudes o en el conocimiento de la verdad; y concebir al
hombre como imago Dei.
En una brevísima aproximación podemos afirmar que la
existencia del Corpus Mysticum, vinculado a la vida virtuosa en la
fe y la salvación de las almas; aunado a la concepción organicista comunitaria
del mundo clásico greco-romano, dio sustento a la Cristiandad o la armonía
entre la auctoritas sagrada de los pontífices y la regalis
potestas de los príncipes, en las que Christus vincit, Christus
regnat, Christus imperat.
Si apreciamos este orden humano, veremos que tiene un
sustento metafísico y religioso, distinto al actual derecho moderno que,
confiado en la razón y la autonomía de la voluntad, erigirá una sociedad y un
Estado en el “contrato social”. Esta “forma” de ver el mundo defenderá una
separación del orden temporal y el orden sobrenatural; es decir, una expulsión
de Dios del mundo o, por lo menos, una reducción de la fe racional a la
conciencia privada de los hombres. Para este modus vivendi, el
orden natural y el orden divino son negados, y no se reconoce leyes divinas,
humanas, eclesiásticas y civiles más que la propia voluntad autónoma del
individuo, originando el liberalismo y el igualitarismo. Ideas que pueden
encontrarse, por citar algunos, en Guillermo de Ockham y su nominalismo, la
separación de la política y la religión en Marsilio de Padua y su Defensor
Pacis, el pesimismo antropológico de Martín Lutero y su teoría de los dos
reinos, el “iluminismo” de los enciclopedistas, o renacentistas y
contractualistas como Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Jean-Jacques Rousseau
o John Locke, o a John Stuart Mill o Adam Smith en el confiado utilitarismo; y
el “sano” egoísmo, o el determinismo histórico e igualitarista de Marx, que
configuraron el culto al hombre por las sendas del racionalismo y la autonomía
de la voluntad.
Precisamente, esta tradición occidental que la Modernidad
intentó superar, es la que se impregna en las universidades debido a esa visión
sapiencial clásica de la Filosofía y la Teología. Bajo esta consideración,
expresa el cardenal John Henry Newman que la “[u]niversidad hace profesión, por
su mismo nombre, de enseñar un saber universal. La Teología es ciertamente una
rama de ese saber” (2011b, pp. 55-56).
3.1. La educación liberal: cultivo del intelecto
[…] especial o
propiedad característica de una Universidad y de un caballero. ¿Qué quiere
significarse realmente con esta palabra? Primero, en su sentido gramatical,
liberal se opone a servil, y por “trabajo servil” se entiende, como dicen
nuestros catecismos, trabajo físico, o esfuerzo material, en los que la mente
desempeña muy escaso o ningún papel […]. En la medida en que ese contraste supone
una guía sobre el sentido del término, la educación liberal y las actividades
liberales son ejercicios de la mente, de la razón, y de la reflexión (Newman, 2011b,
p. 129).
Este saber es propio e independiente de los resultados, pues
no busca complemento alguno, ni es conformado por otro fin o absorbido por otra
actividad (Newman, 2011b, p. 130). Ante este panorama, “[…] la educación
liberal, considerada en sí misma, es sencillamente el cultivo del intelecto
como tal, y que por su objeto es, ni más ni menos, la excelencia intelectual”
(Newman, 2011b, p. 141). Asimismo:
La verdad es el
objeto propio de cualquier tipo de conocimiento, y cuando nos preguntamos por
lo que significa Verdad, supongo correcto responder que la Verdad se refiere a hechos
y a sus relaciones, que se comportan unos hacia otros como los sujetos y los predicados
en lógica (Newman, 2011b, p. 76).
Por otro lado, la educación liberal no es educación moral o
vivencia de las virtudes, sino que es saber en sí mismo, porque:
El buen sentido
no es la conciencia, los buenos modos no son la humildad, ni la amplitud y
acierto de las ideas equivalen a la fe. La filosofía, por ilustrada y profunda
que sea, no proporciona dominio sobre las pasiones, ni motivos influyentes, ni
principios vivificadores. La educación liberal no hace al cristiano ni al
católico, sino al caballero. Es bueno ser un caballero, como es bueno también
poseer un intelecto cultivado, un gusto exquisito, una mente sencilla,
equilibrada y desapasionada, y un comportamiento noble y cortés en los asuntos
de la vida. Son, todas ellas, cualidades de un saber hondo, son el fin de una
Universidad (…). Pero, repito, no constituyen garantía de santidad ni de recta
conciencia, y pueden asociarse a gente mundana, libertina, sin corazón, que,
envuelta en esas cualidades, puede resultar agradable y atractiva (Newman, 2011b,
p. 140).
Además, lo bueno se presenta como causa final del
conocimiento, en tanto que la razón la conoce y la voluntad la apetece. Si esto
es así, “[l]o bueno no es solamente bueno, sino originante de bienes. Este es
uno de sus atributos. Nada es excelente, bello, perfecto y deseable por sí
mismo, que no se desborde y difunda en torno su propia naturaleza” (Newman,
2011b, p. 175). De allí que la razón también se fije en lo trascendente o
eterno que la teología estudia, porque conoce también la Verdad.
3.2. El encuentro con la educación religiosa
Estudiar teología, en primera instancia, no significa
abarcar todos los conocimientos sobre la realidad sublunar y eterna. Por el
contrario, busca dar respuestas a la razón natural que no puede explicar desde
la filosofía u otras disciplinas científicas las aspiraciones del infinito del
corazón humano, que encuentra asidero en la Verdad Encarnada que irrumpe en la
historia y revela el misterio del hombre. Por ello, el cardenal inglés entiende
por Teología “[…] sencillamente la Ciencia de Dios, o las verdades que
conocemos acerca de Él, estructuradas en un sistema” (Newman, 2011b, p. 90). La
existencia de Dios es infusa en el ser humano por la presencia de la ley
natural, pues Él “[h]a impreso la ley moral en los seres racionales, les ha dado
poder para obedecerla, y les ha impuesto el deber de adorarle y servirle”
(Newman, 2011b, p. 91). De ahí que la libertad esté orientado a la Verdad. Una
libertad que no se agota en la acción, sino que demanda al pensamiento conocer
la Verdad Última.
Entiendo por el
Ser Supremo un ser que es sencillamente autodependiente, y el único que puede
llamarse de ese modo. Entiendo además que es un Ser sin principio, o Eterno, y
el único que lo es; que ha vivido en consecuencia un entera eternidad consigo
mismo, y que es por tanto suficiente en todo, suficiente para Su propia
felicidad, así como feliz en todo, y por siempre feliz.
Entiendo
asimismo por Dios un Ser que, por tener estas prerrogativas, posee el Supremo
Bien, o mejor dicho, es el Supremo Bien, al poseer todos los atributos del Bien
en intensidad infinita. Es todo sabiduría, todo verdad, todo justicia, todo
amor, todo santidad y belleza. Es omnipotente, omnipresente, inefablemente Uno,
y absolutamente perfecto […]. (Newman, 2011b, p. 90)
En esta aproximación, la moral y la religión cristiana
tienen una misma fuente que es Dios, especialmente por la consideración de la
ley natural o primeros principios o preceptos del buen obrar a partir de la
sindéresis o hábito de hacer el bien y evitar el mal. Asimismo, se muestra a la
doctrina religiosa católica como conocimiento (Newman, 2011b, p. 73). Así,
“[l]a recta razón, es decir, la razón rectamente ejercida, conduce la mente
hacia la religión católica, la establece allí, y la enseña a actuar bajo su
guía en todas sus especulaciones religiosas” (Newman, 2011b, p. 188-189).
Cuando hablo del
Catolicismo, no me refiero entonces a la creencia en los grandes misterios de
la fe, sino que lo contemplo principalmente como un sistema pastoral de
instrucción y deberes morales, me ocupo de sus doctrinas sobre todo en cuanto
sirven a dirigir las conciencias y las conductas. Hablo del catolicismo, por
ejemplo, como religión que nos enseña la situación ruinosa del hombre, su
completa incapacidad para ganar el cielo por sí mismo, la certeza moral de
perder su alma si es abandonado a sus propias fuerzas, la simple inexistencia
de derechos y pretensiones frente al Creador, los ilimitados derechos del
Creador a los servicios de la criatura, la imperativa y obligatoria fuerza de
la voz de la conciencia, y la imaginable malignidad de la sensualidad. Hablo
del catolicismo como la doctrina de que nadie puede conseguir el cielo si no es
por la gracia de Dios, o sin la regeneración de la naturaleza, de que nadie
puede agradar a Dios sin la fe, de que el corazón es asiento tanto para el
pecado como de la obediencia, de que la caridad es la perfección de la Ley, y
de que la incorporación a la Iglesia católica es el medio ordinario de
salvación. He aquí los principios que distinguen al Catolicismo como religión
popular, y los asuntos hacia los que el intelecto cultivado dirigirá
prácticamente su atención (Newman, 2011b, p. 190).
Es importante este conocimiento para el ejercicio de las
profesiones cultas en la sociedad, aunque estas últimas no sean en sí mismas
liberales por sus fines prácticos, pues “[…] la misma grandeza de sus fines, la
salud del cuerpo, de la cosa pública, y del alma, disminuye en vez de
incrementar su derecho a llamarse liberal, y más aún si se ajustan a las estrictas
exigencias de esos fines” (Newman, 2011b, p. 131). Sin embargo, esto no elimina
la importancia de la educación liberal en las profesiones y la responsabilidad
en la sociedad, propio del bien común, pues también se asocia al saber útil en
lo práctico.
Hay una
obligación que debemos a toda la sociedad, al estado al que pertenecemos, a la
esfera en la que vivimos, a los individuos con quienes nos relacionamos en la
vida diaria, y esa educación liberal, si niega el lugar principal a los
intereses profesionales, lo hace sólo para proponerlos o subordinarlos a la formación
del ciudadano, y al servir los grandes intereses de todos, prepara también el
feliz logro de esos objetivos meramente personales, que a primera vista parece
despreciar. (Newman, 2011b, p. 178).
La religión ilumina, sobrecoge y subyuga; nos proporciona
fe, inflige remordimiento, inspira propósitos, arranca lágrimas e inflama
devoción, aunque, en ciertas circunstancias, no esté presente a causa del
pecado y el enemigo. Sin embargo, puede asistirnos ante el orgullo intelectual
en que puede caer el saber y la sensualidad en que puede naufragar nuestro ser
(Newman, 2011b, pp. 191-192), siendo conscientes de Dios y un temor hacia Él.
Un dogma es una
proposición que puede representar o una noción o una cosa; creer un dogma es
dar el asentimiento de la mente a esta proposición como representante de la una
o de la otra. Dar un asentimiento real a esta proposición es un acto de
religión; darle un asentimiento nocional es un acto teológico. Tal proposición
es comprendida, absorbida y asimilada por la imaginación religiosa, y es
mantenida como verdadera por el entendimiento teológico (Newman, 2010, p. 112).
Finalmente, si bien la educación liberal y la educación
religiosa, saber práctico en la teología, dan forma a las cualidades anímicas
del hombre en lo intelectual y lo religioso, no se puede concluir que la moral
y la religión sean indesligables. Ambas poseen objetos de estudios distintos
relacionado al hombre y a Dios; sin embargo, “[e]l mundo se contenta con
adecentar la superficie de las cosas, mientras que la Iglesia apunta a
regenerar las profundidades mismas del corazón” (Newman, 2011b, 206). Sin dejar
de insistir en que:
[…] si oís […]
el susurro de una ley de verdad moral dentro de vosotros y sentís la
inclinación a creer, estad seguros de que la única institución en toda la
tierra que puede ser la defensora suficiente de estas autoridades soberanas de
vuestra alma, la única que puede confirmároslas y preservároslas, y hacer que
vuestra lealtad hacia ellas no falle, es la Iglesia Católica. (Newman, 2011a,
p. 31).
4. Colofón: Hacia la restauración del bien común
En nuestras consideraciones sobre la educación liberal y la
educación religiosa de John Henry Newman y Leo Strauss, nos aproximamos a una
concepción filosófica y teológica del ser humano y la comunidad política que
intentan trascender cualquier espacio y tiempo en la Historia, buscando la
plenitud del hombre y de las instituciones que edifica.
Asumiendo el párrafo precedente, el hombre es un ser social
por naturaleza, pues es propio de él con-vivir y co-existir con los demás,
edificando con su logos una comunidad política asentada sobre
principios o tradiciones morales o religiosas que constituyen su fundamento
ético y espiritual como condición o límite al desarrollo social. Esto último
nos resulta relevante toda vez que la realización del hombre y la sociedad
humana se pretende fundamentar en el progreso material o la mera libertad
autónoma del individuo que se subsume en el interés general.
Creemos que el interés general, en el escenario liberal o
progresista, se le destaca como la suma o totalidad de los bienes individuales
o la persecución de bienes privados o materiales, que en algunos casos no
responde al concepto de bien común, cuyo bien al conocerlo es verdadero y
apetecido porque es bueno, y que, al ser querido o compartido por todos,
realiza o perfecciona al hombre en comunidad. Además, por un lado, es inmanente
al referirse a la ayuda mutua entre los hombres (orden natural) y trascendente
al practicarse en virtud de la salvación (orden sobrenatural). A partir de esta
concepción, podemos reconocer derechos como la vida, el matrimonio, la
educación o el culto religioso público.
Ahora bien, el interés general que menciono puede rastrease,
por sus orígenes, en el Renacimiento (o el Humanismo), en el Romanticismo y en
la Ilustración, que moldean la Modernidad, precisamente porque se exalta la
individualidad del hombre confiada en la razón y en la autonomía de su voluntad
distintas a la concepción organicista de la comunidad política como accidente
de la naturaleza humana (el hombre como ser social), originante de los derechos
naturales; y no individualista (el hombre aislado) que "se inventa a sí
mismo" a partir de un "contrato social" y cuyos derechos surgen
del acuerdo de voluntades. Este escenario es regido por el pluralismo (no la
pluralidad) y la tolerancia (soportar diferentes tipos de vida o
"bienes" por ser racionales), que empoderan hombres libres e iguales
en autonomía.
El párrafo precedente nos ayuda a diferenciar entre bienes
individuales o privados y aquellos bienes propios (o propiamente humanos) que
corresponden al bien común, pues existen bienes propios del hombre que le
permiten conservar su ser (derecho a la vida) o conservar su manada (derecho al
matrimonio), el espacio circundante como la ecología o el medio ambiente o el
conocimiento de Dios, porque a Él se dirige todo hombre y que fundamenta el
derecho al culto público.
Concluimos con una breve aproximación. El bien común no
tienen un carácter material, sino ético y espiritual, así como objetivo;
contrario es el interés general: material y subjetivo, aceptado por interés
individual, generado por la autonomía del hombre y promovido por el Estado de
corte liberal.
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