Por: José Bellido Nina
El hombre ha
convivido y coexistido con sus semejantes, porque es un ser social y político
por naturaleza; sin embargo, la concepción de la tradición greco-romana y la
Modernidad aportaron reflexiones teóricos que, llevadas a la práctica,
caracterizaron a la cultura de Occidente como un modelo de vida mundial
generadora de paz (o esto se sigue creyendo aún). Aunque, el comienzo auguraba
un buen devenir, la irrupción de la Revolución traería consecuencias inocuas.
La democracia
(o politeia) de la polis griega aporta las virtudes morales
y la participación política. Aristóteles exaltaba virtudes como la prudencia,
justicia, amistad, confianza, solidaridad o el valor, importantes en la
política, pues la virtud es un hábito del alma que se exterioriza en la
elección individual del bien entre vicios extremos (defecto o exceso). La
participación o deliberación sobre los asuntos públicos requiere que los
ciudadanos tomen decisiones democráticas amparadas en la prudencia política o
rectitud de la razón al elegir los medios más adecuados para alcanzar el bien
de la comunidad. La connaturalidad del hombre y la ciudad se ejerce en las
magistraturas, los tribunales y, especialmente, en la asamblea. Hombres libres
e iguales, obligados por naturaleza, la convención y la ley.
La res publica de la civitas romana tenía un reconocimiento débil de su soberanía
popular. La organización del poder estaba en el Consulado, el Senado y el
Tribunado de la Plebe, rigiendo los asuntos públicos. La ciudadanía republicana
era pasiva. La capacidad jurídica y política del ciudadano estaba sujeta a un status que procedía de la familia, la
libertad y lo civil; incluso por su expansión, la otorgaba a peregrinos o
extranjeros. Conferidos de títulos celebran contratos o asumen derechos matrimoniales
o testamentarios, en cumplimiento de la ley. Cicerón consideró que, este
régimen republicano incluye la virtud cívica; es decir, el amor a la patria y
la constitución, que tenían sus bases en virtudes morales cardinales: la
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La moral constituía hombres
educados y, por tanto, buenos ciudadanos.
En la Modernidad,
el concepto de sociedad civil asume el interés del individuo en el Mercado,
toda vez que se refiere a las relaciones socio-económicas para el trabajo y el
mercado (Hegel). Ilustrado por las teorías contractualistas o liberales, modela
al individuo en un estado de naturaleza conflictivo (Hobbes y Kant) o bondadoso
(Rousseau) que por el miedo y la muerte, busca protección a la vida, familia,
libertad o propiedad, pasando a un estado social o civil mediante un contrato
que limita su libertad por la protección del Estado que garantiza la
convivencia en el orden y paz interno, y seguridad externa.
La libertad
individual o la autonomía de la voluntad se traducen en la razón, desmitificada
de cualquier noción de bien moral o religioso concebido en la metafísica o
Revelación que en la Cristiandad confrontaba la ciencia, competencia y usura, con
los beneficios sociales y espirituales, hacia un orden justo.
El hombre
moderno busca utilidad en sus intereses materiales para el placer, rechazando
el dolor (Bentham y Mill). Así, busca el bien-estar material en la explotación
de los recursos, valiéndose de medios para permanecer en el poder (Maquiavelo),
ejerciendo el cálculo y control, eficiente y eficaz. Una razón instrumental.
El Estado es
neutral ante estos “proyectos”, aceptando diferentes modos de vida, escéptico
ante un concepto absoluto de verdad y bien (relativismo), sin existir otro
fundamento de la convivencia humana que la voluntad en el consenso (nihilismo).
Estas ideas intentan la unidad de los hombres, pero en la realidad operan como
fuerzas centrífugas y desesperantes.
Por otro lado,
se apoya una intervención del aparato político ante el sesgo racionalista que originó
al capitalismo, la Revolución Industrial, la migración masiva, la
interculturalidad, como las insanas condiciones laborales y salariales. Se
formuló un Estado contralor de la economía, mejorando la relación
empleador-trabajador (Keynes); sin embargo, la lucha de clases donde el
proletariado asume el poder contra la burguesía (Marx), encontrará su
radicalización en la violencia del comunismo, extendido en Occidente y Oriente;
la superioridad de la raza y exaltación cultural motivaron la xenofobia y el
chauvinismo del nazismo y fascismo, como la atención a una catástrofe nuclear
en la Guerra Fría.
Estas escuetas
líneas plasman polos extremos de la modernidad y la pérdida del bien humano, sucediendo
a los totalitarismos, la negación de la vida, libertad e igualdad, intrínsecas
a la dignidad humana.
En la
actualidad, el Mercado encarna una clase empresarial con mayores beneficios
pecuniarios, edificando monopolios u oligopolios, centros laborales y
remunerativas precarias, productos ajenos a las exigencias de salubridad, el
desplazamiento social y ecológico por la inversión privada, el afán al trabajo,
el aliento del consumismo, la espontaneidad de la moda, el emotivismo del
espectáculo y la diversión, la sedentarización de las tecnologías de la
información y comunicación, la difusión de la felicidad material, el facilismo
visual, la crisis del matrimonio y la familia; siendo también algunas causas de
la privatización de la vida que genera el desinterés por la política.
El Estado y el
poder gubernamental se encuentran atrapados por una clase política que abraza
con celo la burocracia y la corrupción, corroen la democracia con el
caudillismo o patronazgo, redes de clientilaje, la malversación o desvío de
recursos públicos, el fomento del soborno en las contrataciones en obras o
servicios públicos por servidores públicos y contratistas, la perversión de la
justicia en las instituciones policiales, fiscalizadoras y judiciales en
protección de los bienes públicos, la intimidación social por la arbitrariedad
y opiniones viscerales, que generan un gran costo irreversible en el desarrollo
y la justicia social.
Bajo estas
consideraciones, es urgente que la comunidad política revise su fundamento y oriente
un espacio que convoque a los ciudadanos para la participación o deliberación
política en búsqueda del bien común y un mejor régimen político.
En la actividad
política se reconoce al otro como sujeto de la realización personal, familiar y
social. Un espacio democrático donde la palabra y la acción tienen un
protagonismo, forjando un destino común de mutuo respeto en la justicia. Esta
comunicación renueva la solidaridad, reivindica la philía (amistad) y fides
(confianza), edifica proyectos comunes y una responsabilidad intergeneracional.
La política no
es exclusiva del Estado o grupo gubernamental, ni las relaciones
interpersonales se pueden reducir al interés material que fomenta el Mercado,
por el egoísmo y la competencia. El valor motiva a que el ciudadano disuada
toda acción ilegal que brote del poder político y económico. Es un auténtico
fiscalizador que exige transparencia en la administración pública y sus
recursos. Dialoga sobre cómo debe gobernarse y quiénes deben hacerlo en
representación. Este espíritu crítico revela a los ciudadanos libres de
aquellos que no lo son y rompe la indiferencia a un orden jurídico y político.
La rehabilitación
de una racionalidad política clásica (1) que busque la verdad y el bien, la defensa
de un orden natural previo y normativo, el reconocimiento de la dignidad humana
y la ley natural para el recto actuar, permiten que el debate público y la
opinión pública trasciendan las apariencias hacia una mejor decisión.
Entonces, el
ciudadano republicano posee la virtud y la libertad, promueve la prudencia,
igualdad, honestidad, patriotismo, solidaridad, simplicidad, justicia, etc.
Rechaza los vicios de la conducta, como el cinismo, egoísmo, orgullo, la
ambición, ostentación, cobardía, corrupción, entre otras.
Ser virtuoso
es condición para ser libre y la política lo amerita.
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(1) Para una revisión de la racionalidad política clásica ver: GARZÓN, Iván. (2009). Leo Strauss y la recuperación de la racionalidad política clásica. Dikaion, 18, 297-314.
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(1) Para una revisión de la racionalidad política clásica ver: GARZÓN, Iván. (2009). Leo Strauss y la recuperación de la racionalidad política clásica. Dikaion, 18, 297-314.