César Sánchez Martínez*
1. Un sujeto peligroso
The Tablet es uno de los más antiguos periódicos
católicos ingleses. Y como casi todo lo más antiguo en la Iglesia Católica, no
pudo resistir el prurito de las novedades y acabó convirtiéndose en el principal
órgano del “progresismo” eclesiástico británico. Y como casi todo lo británico,
se encuentra ahora en una crisis terminal, pues las filas de sus entusiastas
lectores setenteros se agostan, merced de la biología; y, por el lado de los “cristianos
de avanzada”, la competencia es ardua con un anglicanismo que es mucho más
versátil en malabares modernistas. Además, si de ser liberal se trata, más
práctico y sincero es serlo a secas, sin acompañamientos ni guarniciones
vagamente clericales. Así lo comprenden las nuevas generaciones insulares,
hijas del blackberry y los concursos de canto.
Hace
cerca de cuatro años y ante las amenazas ratzingerianas del catolicismo,
reaparición de las sotanas y el latín, y demás smells and bells, The Tablet publicó un editorial titulado Palabras duras desde Roma. “Los obispos:
-decía- “tienen el deber de no permitir la expansión de este pensamiento
desobediente y anticonciliar; que ya está presente en algunos seminarios, donde
una proporción de jóvenes estudiando para el sacerdocio parecen particularmente
atraídos al estilo retardario de catolicismo que es familiar en las novelas de
Evelyn Waugh”.
¿Quién
es este formidable pervertidor de la juventud, capaz incluso de perturbar la
paz de los seminarios ingleses y provocar en viejos hippies de sacristía un
amor súbito por la autoridad y la represión?
Se
trata de Arthur Evelyn St. John Waugh (1903-1966), el mejor escritor cómico
inglés desde Shaw, en palabras del crítico Edmund Wilson. Nacido en una familia
de clase media letrada, se (de)formó en el ambiente de las elitistas public schools británicas y en Oxford,
donde sin pena ni gloria emprendió estudios de historia, cumpliendo de manera
radical una suerte de “servicio snob obligatorio” que le proporcionaba
abundante material para sus posteriores obras literarias.
Después
de abandonar la universidad, comienza un “historial de continuo fracaso”, que
lo lleva a estudiar artes plásticas, convertirse en maestro de escuela e
intentar suicidarse de forma tragicómica. Superada esta fase depresiva y
errática, Waugh decide escribir una novela y tomar esposa, proyectos formidables
pero de dispar suerte. La novela se llama Decadencia
y caída (1928) y la esposa, Evelyn Gardner. El libro fue éxito inmediato.
Relata las peregrinaciones de un ingenuo estudiante de teología de Oxford, Paul
Pennyfeather, que por una serie de malentendidos es expulsado por “conducta
indecente” del claustro, iniciando un viaje hilarante que lo llevará a ser
maestro de escuela, figura de la alta sociedad, presidiario e incluso, sólo por
algunos instantes, cadáver. La primera novela de este escritor de veinticuatro
años es una pequeña obra maestra. A la agilidad y perfección de los diálogos –
rasgo característico de su narrativa posterior- se suma un estilo corrosivo
pero sutil, que con habilidad verdaderamente británica describe las situaciones más grotescas y absurdas con la
misma calma de quien habla del clima. El éxito editorial convirtió pronto al
joven novelista en una celebridad literaria. El matrimonio con miss Gardner,
por el contrario, se desmoronó. She-Evelyn,
llamada así por los amigos de la pareja para distinguirla de su marido, era
una aristocrática socialité que no pudo resistirse al ingenio corrosivo de
Waugh; tampoco a escapar con un amigo del escritor un año después.
Este
capítulo –además de proporcionarle una temática constante en sus novelas
posteriores: la frívola y espontánea Young
bright thing que acaba cometiendo adulterio: suerte de madame Bovary
mezclada con Sancho Panza, pero fumando un cigarro en un Bentley- agudiza su
visión crítica con respecto al mundo moderno y su decadencia generalizada,
acelerando el proceso que lo llevaría al catolicismo en 1930. Ese mismo año vio
la luz Cuerpos viles, su novela más
experimental y exasperada. La influencia
de T. S. Eliot y otros autores crepusculares
es notoria. En las últimas páginas, después de un in crescendo cómico, la risa se va apagando ante una danza macabra
apocalíptica, donde parece no existir ninguna esperanza para esa desagradable exageración llamada
humanidad.
2. A
través del espejo
La
conversión de Waugh despertó sorpresa. El Daily
Express del 30 de septiembre de 1930 manifestó la perplejidad que
significaba en un joven novelista “pasar
del ultramoderno a un ultramontano”. El debate con respecto a las
relaciones entre literatura y religión arreció en los siguientes días en los
medios literarios británicos. Recordemos que no eran infrecuentes las
conversiones al catolicismo por parte de intelectuales; eran los tiempos del sacerdote
novelista Ronald Knox y de Chesterton, entro otros. Tres semanas después, Waugh
mismo aclararía el asunto con un ensayo titulado Conversión a Roma: ¿Qué es lo que me ha pasado? Allí resumió su
periplo espiritual: “la conversión es
como cruzar a través de la chimenea de un mundo de espejos monstruosos donde
todo es una absurda caricatura, hacia el mundo real que Dios ha creado; y
comenzar allí el delicioso proceso de explorarlo sin límites”.
Parecía
que el escritor satírico se había convertido en un apóstol, pero no por eso
dejó de cultivar el humor negro de su narrativa. En estos momentos publica dos
obras maestras cómicas, Merienda de Negros
(1932) y Noticia Bomba (1938). Había
alcanzado estabilidad psíquica casándose nuevamente (su primer matrimonio fue
anulado) con Laura Herbert, una muchacha católica sencilla y piadosa.
Recibió
el estallido de la guerra con cierto alborozo. Parecía que el Mundo Moderno
(representado por la URSS y la Alemania nazi, entonces semialiadas en el
desplazamiento de Polonia) podría ser por fin enfrentado y vencido por la
Civilización. Aprovechando sus contactos en el ámbito de la política, pasó por
alto cualquier tipo de exámenes engorrosos y fue destinado al campo de batalla.
Combate en África y Creta; pero sus críticas al nuevo aliado soviético lo
confinan a puestos tediosos de oficinista. Finalmente, en julio de 1944 logró
reincorporarse a la acción, como un oficial de enlace con los partisanos
yugoslavos de Tito. Pronto se da cuenta de la entraña comunista y totalitaria
de estos grupos, alertando con sendos informes a la Corona y a la Santa Sede.
Es rápidamente relevado de su puesto.
En
este momento empieza la verdadera amargura de Waugh. Fue testigo de primera
mano de la “traición occidental” que entregó a decenas de millones de
cristianos de Europa Oriental –por cuya liberación se había librado la guerra-
a las garras de Stalin.
Pero
literalmente no fue un tiempo vano. En 1945 aparece Retorno a Brideshead, su obra cumbre elitística y teológica. A
través de la historia de una familia aristocrática católica, Waugh realiza una
de las alegorías más logradas de los que significa la Iglesia y la forma
misteriosa cómo Cristo se sirve de ella para salvar a las almas. Es una pieza
espiritual, que no sacrifica la forma por el “mensaje” y que puede ser leída
también como un fresco impresionante de una época, un Bildungsroman ingenioso redactado con una prosa que matiza los
caracteres y las escenas con un pincel turneresco que no desdeña el humor y la
ironía. “Esta novela (…)” –confesaba socarronamente
Waugh- “me hizo perder el escaso respeto
de que había disfrutado entre mis contemporáneos y me introdujo a un extraño
mundo de cartas de admiradores y fotógrafos de prensa. El tema –la influencia
de la gracia divina en un grupo de personajes muy diferentes entre sí, aunque estrechamente
relacionados- era quizá de una ambición inmoderada, pero no voy a pedir
disculpas por eso”.
La
novela fue un éxito de ventas, pero para cierto sector de los críticos el uso
de imaginería católica y la presencia explícita de la gracia divina se
constituyeron en signos de que el satírico e ingenioso Waugh había fenecido y
que en su lugar emergía una especia de estatua sepulcral atrabiliaria. Aunque
en el fondo herido por esos prejuicios, Waugh les siguió el juego y para muchos
sectores del público en los años cincuenta pasó a representar la quintaesencia
del conservadurismo.
Escribiría
varios libros más. Muchos, sátiras similares a las de su juventud; otros, más
personales, destilaban melancolía y algo de ironía nostálgica. Su último gran
proyecto literario, la trilogía Espada de
Honor (1951-1962) tiene como protagonistas a Guy Crouchback, aristócrata
católico divorciado (de esa vieja aristocracia inglesa recusante del protestantismo desde el siglo XVI), que cree
encontrar en la Segunda Guerra Mundial una oportunidad para vivir una vida
caballeresca en la medida de lo posible.
La
demagogia grotesca y deshumanizante que Waugh temía que enseñorease el mundo –y
que caricaturizaba en sus novelas con personajes como Hopper en Retorno a Brideshead- parecía haber
invadido a la Iglesia Católica. En los últimos años de su vida intentó defender
la tradición litúrgica latina, en momentos en que el aggiornamento transformaba totalmente el culto de millones de seres
humanos, en aras de un “diálogo y comprensión” con el mundo moderno que nunca
llegó a ocurrir.
Precisamente
el Domingo de Pascua de 196, después de oír misa tradicional (todavía no estaba
prohibida) y luego de un ligero malestar, falleció.
3.
Retardario
“Guy no tenía deseo alguno de persuadir o
convencer o compartir sus opiniones con alguien. Incluso entre los de su
religión no sentía compañerismo. Con frecuencia deseaba haber vivido en los
tiempos de la persecución cuando Broom había sido un puesto solitario de a Fe,
rodeado de extraños. Algunas veces se imaginaba acolitando la última Misa del
último Papa en una catacumba en el fin del mundo”.
Este
fragmento de Hombres de Armas, la
primera parte de la trilogía bélica waughiana, ilustra perfectamente el “estilo
retardario” de catolicismo que The Tablet
crucifica. Una Fe profesada de manera conciente y no gregaria, que no
desdeña las riquezas de la Tradición por los relumbrones de una Modernidad
proteica, inalcanzable y en eterno flujo, y que se mantiene fiel a sí misma,
sin necesidad de ruidos, multitudes y entusiasmos dudosos.
En
1955, la poeta Edith Sitwell decidió convertirse al catolicismo y eligió como padrino
a Waugh, que le escribiría una carta reveladora: “¿Me permites que, como padrino, te provenga contra algunos aspectos
del catolicismo que, probablemente te parezcan chocantes? No todos los
sacerdotes son tan inteligentes ni tan amables como el padre D´Arcy y el padre
Caraman… Pero creo que conoces el mundo lo suficiente para esperar encontrarte
con católicos pelmazos, mojigatos, granujas y canallas. Yo siempre pienso: ´Sé
que soy un horror. ¡Pero cuánto más horroroso sería si no fuera por la fe!´ Una
de las alegrías de la vida del católico es reconocer por todas partes pequeños
chispazos de bien junto al fuego escondido de los satos…”.
Contrariamente
a los que en nuestro país podemos llegar a creer, alimentados por abundantes
dosis cotidianas de literales malos
ejemplos, el borreguismo y el clericalismo no son privativos de los “conservadores”.
Por el contrario, los cambios se instituyeron apelando a la infalibilidad del “Señor
Obispo” o de los “Profesores de Alemania” que intentaron establecer una iglesia
utópica extraída de sus mentes. Y cualquier disenso era considerado ya no
herejía, sino demencia. La religión, tanto como los protagonistas como para los
moderados “neoconservadores”, fue vista como una convención reinventada
periódicamente por la Autoridades, despojada de su naturaleza orgánica y
tradicional. Así, se inauguraría uno de los periodos más tristes de la historia
de la Iglesia, cuyas consecuencias multiformes e insospechadas aún se sienten
con fuerza.
El
catolicismo de Waugh es el perfecto antídoto contra esa mojigatería estéril, de
ahí que sea detestado por las izquierdas e ignorado por los “oficialismo”. Si a
eso le sumamos su ironía abarcadora, podemos comprender mejor el rechazo de
ciertos tontos de solemnidad de siempre, para quienes la risa sincera es una
especie de criptonita. Como en El traje
nuevo del Emperador”.
Diversas
circunstancias parecen indicar que la conciencia católica ha regresado de sus
largas vacaciones. Ha retornado a algunos seminarios, diócesis e incluso dicasterios
romanos. Waugh ha vuelto a ser leído por católicos e incluso por seminaristas,
como apunta con horror The Tablet; y
eso no puede dejar de ser un buen signo. Porque el humor, cuando auténtico, es
un ejercicio de reflexión introspectiva, tan divertido como ascético. Esa
lección la descubrió san Felipe Neri, en otros tiempos de restauración y
reforma, y en este tiempo complicado nos la enseñan con maestría el –a veces-
agridulce misterio Waugh y sus risas reaccionarias.
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* César Sánchez Martínez (Arequipa 1985). Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional de San Agustín. Ha ganado distintos premios literarios nacionales en narrativa y ensayo. Se desempeña como docente universitario y colabora con medios periodísticos locales.
Este ensayo es tomado de su libro: Piedra de Trueque. Ensayos y Artículos de Ocio.
Agradezco a César la autorización concedida para publicar sus ensayos y artículos.