Por: José Bellido Nina
Ante
el actual escenario electoral donde apreciamos diferentes propuestas para
satisfacer las demandas sociales, encontramos también aquellas que colisionan
con la conciencia del católico. Los principios o valores fundamentales, como la
vida, el matrimonio y la familia, constituyen instituciones básicas de nuestra
civilización, que claman una defensa impostergable en el espacio público, y
cuya enseñanza reside en la Iglesia católica, Madre y Maestra, “experta en
humanidad”[1].
Recordando
a Donoso Cortés y su crítica al pensamiento moderno, el liberalismo no tiene
noticias de Dios, ni del hombre; no conoce el bien ni el mal, porque carece de
toda afirmación dogmática y por su horror a toda negación absoluta; fomenta la
confusión por el diálogo y propaga el escepticismo[2].
Considerando
los párrafos precedentes, creemos necesario realizar algunas notas sobre la
doctrina católica en materia política y en defensa de la vida, el matrimonio y
la familia ante la coyuntura electoral.
De la autoridad política
y el Reinado Social de Cristo
Enseña
el Papa León XIII que la Iglesia no desaprueba el gobierno de un solo hombre o
de muchos si tal gobierno es justo y atiende a la común utilidad, pues “salvada la justicia, no está prohibida a
los pueblos la adopción de aquel sistema de gobierno que sea más apto y
conveniente a su manera de ser o a las instituciones y costumbres de sus
mayores”[6];
sin embargo, debemos reconocer que la doctrina católica pone en Dios, como un
principio natural y necesario, el origen del poder político[7], porque “es la naturaleza misma, con mayor exactitud
Dios, autor de la Naturaleza, quien manda que los hombres vivan en sociedad
civil (…). Dios ha querido, por tanto, que en la sociedad civil haya quienes
gobiernen a la multitud (…). Dios,
creador y gobernador de todas las cosas, es el único que tiene este poder”[8].
Por ello, la autoridad política y su acción han de sujetarse al derecho
natural, al derecho divino, como a la ley natural y la voluntad de Dios; de lo
contrario no hay obediencia, porque la autoridad sin justicia es nula[9].
La
enseñanza de León XIII guarda hermosa armonía con la doctrina del Papa Pío XI
al expresar que el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo no es solo espiritual,
sino también temporal, porque “erraría
gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas
y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las
cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio”[10];
y en lo social, porque “Él es, en efecto,
la fuente del bien público y privado (…). Él es sólo quien da la prosperidad y
la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones (…). No se
nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el
pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si
quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su
patria”[11].
Siguiendo
las enseñanzas de los romanos pontífices, la política tiene una relación perenne
con la fe y moral cristiana; un constante vínculo entre el Estado y la Iglesia[12], cuyas autoridades y
miembros, sujetos a la ley positiva, a la ley natural y a la ley divina, están
llamadas a la obediencia a Dios por amor y sobre todas las cosas.
Son
precisamente el orden temporal y el orden espiritual los que merecen una mayor
atención en la actual coyuntura política, porque en el calor del debate político
y la opinión pública, se busca agradar a los hombres y no a Dios, pregonando
una responsabilidad social y política que se condensa en la obligatoriedad de
elegir a un candidato ajeno a la doctrina católica (por ejemplo, agnósticos,
laicistas, ateos, etc.), sin considerar las exigencias morales y religiosas de
obedecer a Dios y a la Iglesia en defensa de valores[13] o principios[14] no negociables en la
democracia, “porque conciernen a la
condición natural y a la vocación integral de la persona humana. Al mismo
tiempo son elementos constitutivos de la sociedad civil y de su ordenamiento
jurídico”[15].
Esta
ley natural es universal: “En cuanto
inscrita en la naturaleza racional de la persona, se impone a todo ser dotado
de razón y que vive en la historia. (…) Pero, en la medida en que expresa la
dignidad de la persona humana y pone la base de sus derechos y deberes
fundamentales, la ley natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se
extiende a todos los hombres”[17].
La
razón que conoce las inclinaciones naturales de nuestra naturaleza humana,
prescribe que la realicemos porque están orientadas a nuestro fin, la
perfección. Una inclinación debida es la conservación del ser, donde
reconocemos el derecho a la vida en una relación de justicia. También la
inclinación sexual y familiar, para la perpetuación de la especie humana, donde
se fundamenta el derecho al matrimonio y la familia, así como los demás derechos
y deberes entre padres e hijos.
Coyuntura electoral y el
derecho a la vida
La
tradición de la Iglesia siempre sostuvo que la vida humana debe ser protegida y
favorecida desde la concepción como en las diversas etapas de su desarrollo[18]. Conscientes de que la
ley natural está inscrita en nuestros corazones podemos descubrir “el valor sagrado de la vida humana desde su
inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver
respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este
derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política. Los creyentes en Cristo deben, de modo
particular, defender y promover este derecho…”[19].
Es
necesario, entonces, que el católico exprese una clara posición y defensa de
este valor fundamental amenazado por distintas ideologías que niegan un orden
social y político animado por la doctrina católica o a la luz del Evangelio, de
la Tradición y del Magisterio de la Iglesia; es decir, de un orden temporal querido
por Dios. Bajo estas enseñanzas es que la conciencia cristiana debe guiar la
acción política o encontrar coherencia entre el pensamiento católico y la
acción.
Así,
pues, el Cardenal Joseph Ratzinger nos brindó la Nota Doctrinal sobre el
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. En este
documento resalta algunos principios de la conciencia cristiana que inspiran el
compromiso social y político de los católicos en una sociedad democrática como
la nuestra.
Por
ello, ante las próximas elecciones presidenciales, del parlamento nacional y
andino, y la amenaza que representan muchas agrupaciones políticas y sus
candidatos contra la vida de la persona humana desde su concepción, enseña el
cardenal Ratzinger que “la conciencia
cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la
realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que
contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales
de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad
inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en
detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a
favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para
satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad”[20].
Debemos
entender que un cristiano nunca puede conformarse a una ley inmoral en sí misma
que haría lícito el aborto, pues un cristiano, “no puede ni participar en una campaña de opinión en favor de
semejante ley, ni darle su voto, ni colaborar en su aplicación”[21],
pues a partir de sus dimensiones humana y divina del hombre se entiende que
posee una vocación eterna y llamado a compartir el amor de Dios, constituyendo
el porqué del valor inviolable de la existencia humana[22].
Además,
es ilícita “la regulación de los
nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado y sobre
todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones
terapéuticas”[23].
La
vida, como valor fundamental, constituye un principio moral que tutela la
conservación del ser del concebido y una exigencia ética fundamental e
irrenunciable que concierne al bien integral de la persona en un orden moral que
es amenazado por el aborto[24]. En el aborto se prescinde
de la solidaridad con el otro[25]
o se “destruye la vida de un ser humano
(…), el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el
precepto divino ´no matarás´”[26].
Aquí la “libertad exalta de modo absoluto
al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al
servicio del otro. (…) no se puede negar que semejante cultura de muerte, en su
conjunto, manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que acaba por
ser la libertad de los ´más fuertes´ contra los débiles destinados a sucumbir”[27],
alejándose de la verdad y la virtud.
Finalmente, el aborto constituye un
pecado y es gravemente inmoral, que nos recuerda las Sagradas Escrituras, pues existen
“pecados que claman venganza ante la
presencia de Dios”, incluido “en
primer lugar, el homicidio voluntario”, incluido al niño por nacer[30].
Coyuntura electoral, el
matrimonio y la familia
Recordemos
que en los años precedentes hubo un constante debate en la sociedad y el Poder
Legislativo sobre la regulación de las uniones homosexuales, pretendiéndolas
equiparar al matrimonio heterosexual. Si bien estas inmorales pretensiones
fueron rechazadas en la Comisión de Justicia, nuevamente se presentan como
propuestas políticas en el actual escenario electoral.
Enseña
Pío XII que el matrimonio tiene como finalidad primaria a la procreación y
educación de los hijos, y sus fines secundarios son el auxilio mutuo, el
fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia[31]. Los esposos, por tanto,
tienden a la comunión de sus seres para el mutuo perfeccionamiento personal,
colaborando con Dios en la generación y educación de nuevas vidas; signo sacramental
que se alcanza en los bautizados[32], demostrando sus aspectos
unitivo y procreador[33].
Siguiendo
la Nota Doctrinal, se aboga por una familia fundada en el matrimonio monógamo y
heterosexual, señalando que no pueden ser jurídicamente equiparadas otras
formas de convivencia, ni recibir reconocimiento legal. Asimismo, se reconoce
un derecho inalienable de la libertad de los padres en la educación de sus
hijos[34].
Precisamente,
la familia tiene una función social y política. La función social, sola o en
sociedad, está en que “pueden y deben por tanto dedicarse a
muchas obras de servicio social, especialmente en favor de los pobres y de
todas aquellas personas y situaciones, a las que no logra llegar la
organización de previsión y asistencia de las autoridades públicas”, debitud exigida en la medida que los hijos
crecen. Y en su intervención política “las
familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones
del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los
derechos y los deberes de la familia”[36].
Por
este motivo, la Iglesia enseña cuáles son las actitudes ante el problema de las
uniones homosexuales: “Desenmascarar el
uso instrumental o ideológico que se puede hacer de esa tolerancia; afirmar
claramente el carácter inmoral de este tipo de uniones; recordar al Estado la
necesidad de contener el fenómeno dentro de límites que no pongan en peligro el
tejido de la moralidad pública y, sobre todo, que no expongan a las nuevas
generaciones a una concepción errónea de la sexualidad y del matrimonio, que
las dejaría indefensas y contribuiría, además, a la difusión del fenómeno
mismo. A quienes, a partir de esta tolerancia, quieren proceder a la
legitimación de derechos específicos para las personas homosexuales
convivientes, es necesario recordar que la tolerancia del mal es muy diferente
a su aprobación o legalización”[38].
La
ley civil no puede ser contraria a la ley moral que prescribe un orden natural
que se manifiesta en la finalidad del matrimonio, unidad procreativa y unitiva,
entre el varón y la mujer, porque las uniones homosexuales carecen de la
dimensión conyugal necesaria para la formación de la familia y la supervivencia
de la sociedad, siendo de eminente interés público por el que goza de
reconocimiento institucional en favor del bien común[39]; sin embargo, es importante
destacar que las personas con inclinaciones homosexuales debe ser tratadas con
delicadeza y compasión, y animadas a la práctica de la castidad[40].
Finalmente,
es importante entender que la Iglesia, Esposa de Cristo, tiene la misión de
evangelizar y salvar almas como pescadora de hombres, guiándolos siempre a la
Verdad y a la santidad, que comporta una rectitud en nuestros actos[43] guiados por las virtudes
morales cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las virtudes
teologales (fe, esperanza y caridad), que nos alejarán del sufrimiento eterno.
Nuestra oposición, entonces, es
legítima y en justicia.
Para terminar
La
revolución contra la vida, el matrimonio y la familia parecen imparables; sin embargo,
una mayor profundización sobre las ideas revolucionarías igualitarias y,
especialmente, libertarias nos permite ver el drama que vive el hombre
contemporáneo: “el eclipse del sentido de Dios y
del hombre, característico del contexto social y cultural
dominado por el secularismo, (…) perdiendo el sentido de Dios, se tiende a
perder también el sentido del hombre, de
su dignidad y de su vida”[44].
Una
sociedad que se sustrae a las leyes de la religión y de la verdadera justicia,
tiene como ideal la acumulación de riquezas, y como ley el insaciable deseo de
satisfacer la indómita concupiscencia del espíritu sirviendo tan solo a sus
propios placeres e intereses[45].
Esta errónea justificación no es legítima; por el
contrario, “la única solución del
problema consiste en un desarrollo económico y social que conserve y aumente
los verdaderos bienes del individuo y de toda la sociedad. Tratándose de esta
cuestión hay que colocar en primer término cuanto se refiere a la dignidad del
hombre en general y a la vida del individuo, a la cual nada puede aventajar”[46].
Ante
la anomia, el deber de la Iglesia, que apreciamos en los documentos pontificios
y el dicasterio, está en iluminar uno de los aspectos más importantes de la
unidad de vida que nos caracteriza como cristianos: “La coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura”[47].
Por
tanto, un “error grande y de muy graves
consecuencias es excluir a la Iglesia, obra del mismo Dios, de la vida social,
de la legislación, de la educación de la juventud y de la familia”[48],
porque la fe católica “es de tal
índole y naturaleza, que nada se le puede añadir ni quitar: o se profesa por
entero o se rechaza por entero”[49].
[1]
Fueron las palabras del Papa Pablo VI al visitar la Organización de las
Naciones Unidas en 1965, muchas veces recordadas, entre otros, por San Juan
Pablo II en la Constitución Apostólica Ex
corde ecclesiae.
[2]
DONOSO CORTÉS, Juan. Ensayo sobre el
catolicismo, el liberalismo y el socialismo, Espasa-Calpe, Madrid 1973, pp.
122-123.
[3]
El Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de
la Fe, expresó, en una carta dirigida a los obispos de EE.UU. sobre los políticos
que apoyan el aborto, que: “Un católico
sería culpable de cooperación formal en el mal, y tan indigno para presentarse
a la Sagrada Comunión, si deliberadamente votara a favor de un candidato
precisamente por la postura permisiva del candidato respecto del aborto y/o la
eutanasia”, considerando ese apoyo como pecado. Por otra parte: “Cuando un católico no comparte la posición
a favor del aborto o la eutanasia de un candidato, pero vota a favor de ese
candidato por otras razones, esto es considerado una cooperación material
remota, la cual puede ser permitida ante la presencia de razones proporcionales".
[4]
Pío IX, Per Tristissima. Carta a los
miembros del Circulo San Ambrosio de Milán, sobre sobre las doctrinas
"católico-liberales", 1873.
[5]
Pío XI, Carta Encíclica Urbi arcano Dei
consilio, 41.
[6]
León XIII, Carta Encíclica Diuturnum illud,
4.
[7]
Ibíd., 3.
[8]
Ibíd., 7.
[9]
Ibíd., 11.
[10]
Pío XI, Carta Encíclica Quas primas, 15.
[11]
Ibíd., 16.
[12]
Los católicos reconocemos que la Iglesia y el Estado son sociedades perfectas y
distintas entre sí, pero no separadas. Pío X expresó la gravedad que significa
separar al Estado y la Iglesia: “Esta
tesis es contraria igualmente al orden sabiamente establecido por Dios en el
mundo, orden que exige una verdadera concordia y armonía entre las dos
sociedades; porque la sociedad religiosa y la civil se componen de unos mismos
individuos, por más que cada una ejerza, en su esfera propia, su autoridad
sobre ellos, resultando de aquí que existen materias en las que deben concurrir
una y otra, por ser de la incumbencia de ambas. Roto el acuerdo entre el Estado
y la Iglesia, surgirán graves diferencias en la apreciación de las materias de
que hablamos, se obscurecerá la noción de lo verdadero, y la duda y la ansiedad
acabarán por enseñorearse de todos los espíritus”. Ver Pío X, Carta
Encíclica Vehementer nos, 7.
[13]
El Papa Benedicto XVI, siguiendo a San Juan Pablo II, sustenta como valores
fundamentales no negociables: “el respeto
y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la
familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación
de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas”. Ver:
Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis, 83.
[14]
El Cardenal Joseph Ratzinger en su condición de Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, se refiere a los principios éticos no negociables de
la vida, el matrimonio, la familia, la educación de los hijos, entre otros, en
la Nota Doctrinal sobre algunas
cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida
política, 3. Un artículo al
respecto fue escrito por Monseñor Giampaolo Crepaldi. Ver: CREPALDI, Giampaolo.
Los principios no negociables de
Benedicto XVI y el compromiso que exigen de católicos y laicos, en
CREPALDI, Giampaolo, FONTANA, Stefano y Ugarte, Manuel (editores). Ideología de género y naturaleza humana.
Cuarto Informe sobre la Doctrina Social de la Iglesia en el mundo, Fondo
Editorial Universidad Católica San Pablo, Arequipa 2013, pp. 131-137.
[15]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción
Donum vitae sobre el respeto a la vida humana naciente y la dignidad de la
procreación.
[16]
Juan Pablo II, Carta Encíclica Centesimus
annus, 46.
[17]
Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis
Splendor, 51.
[18]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración
sobre el aborto, 6.
[19]
Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitae, 2.
[20]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota
Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los
católicos en la vida política, 4.
[21]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración
sobre el aborto, 22.
[22]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción
Dignitas Personae sobre algunas cuestiones de bioética, 8.
[23]
Ibíd., 14.
[24]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota
Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los
católicos en la vida política, 4.
[25]
Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitae, 12. Este documento ahonda también sobre otros atentados a la vida
como la eutanasia, las técnicas de reproducción artificial o los diagnósticos
prenatales.
[26]
Ibíd., 13.
[27]
Ibíd., 19.
[28]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración
sobre el aborto, 11.
[29]
Ibíd., 26.
[30]
Juan Pablo II, op. cit., 9 y 58.
[31]
Pío XI, Carta Encíclica Casti Connnubii,
6-11, 22.
[32]
Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae,
8.
[33]
Ibíd., 12.
[34]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota
Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los
católicos en la vida política, 4.
[35]
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris
consortio, 43.
[36]
Ibíd., 44.
[37]
León XIII, Carta Encíclica Arcanum
divinae sapientae, 8 y 12.
[38]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones
acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas
homosexuales, 5.
[39]
Ibíd., 6-9.
[40]
Catecismo de la Iglesia Católica, 2357.
[41]
MONTFORT, Elízabeth. El concepto de
género en la sociedad posmoderna, en CREPALDI, Giampaolo, FONTANA, Stefano
y Ugarte, Manuel (editores). Ideología de
género y naturaleza humana. Cuarto Informe sobre la Doctrina Social de la
Iglesia en el mundo, Fondo Editorial Universidad Católica San Pablo,
Arequipa 2013, p. 110.
[42]
Un documento pontificio que aborda la importancia del hombre y mujer, distintos
y complementarios, es la Carta Apostólica Mulieris
Dignitatem, de Juan Pablo II. También puede revisarse la Carta a los obispos de la Iglesia Católica
sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y el mundo.
[43]
“Ahora bien, la razón testimonia que
existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios,
porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son
los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados
intrínsecamente malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es
decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien
actúa, y de las circunstancias”. Ver Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 80.
[44] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium vitae, 21.
[45] Pío IX, Carta Encíclica Quanta Cura, 5.
[45] Pío IX, Carta Encíclica Quanta Cura, 5.
[46]
Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et
Magistra, 192.
[47]
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota
Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los
católicos en la vida política, 9.
[48]
León XIII, Carta Encíclica Immortale Dei,
15.
[49]
Benedicto XV, Carta Encíclica Ad
Beatissimi Apostolorum.