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La Letra del Mundo: Un Sermón sobre el Valor de las Humanidades en un Mundo Globalizado



Por: César Sánchez Martínez


I

En un artículo publicado en Caretas en los primeros años de la década de los noventa, el economista Richard Webb narraba un encuentro con un joven funcionario de la institución inglesa equivalente a nuestro Banco Central de Reserva. Webb se sorprendió bastante al descubrir que los únicos estudios del muchacho consistían en un bachillerato en Classics, es decir, en Filología Clásica. Y su sorpresa creció más cuando supo que gran parte de los funcionarios de la carrera pública británica habían entrado a esta sólo con diplomas de Historia o Filología bajo el brazo. De preferencia de Historia y Filosofía Clásicas y Filología de alguna lengua muerta y casi olvidada.

Para alguien proveniente de nuestro patria, azotada cíclicamente por delirio modernizadores -que no son más que remedos de alguna corriente extranjera digerible-, y atrapada en la ilusión de los práctico, debió ser motivo de pasmo descubrir que esa especie de casta sacerdotal de gentlemen que echa a andar la inmensa estructura del Imperio de Su Majestad Británica, había sido formada por Homero, Herodoto, Plutarco, Gibbon y toda suerte de maestros muertos hace cientos de años.

Porque, como hemos dicho, rendimos un culto de latría al Becerro de los falsamente Práctico. Que ni siquiera es de oro, sino de la platina burda en la que están envueltos los chocolates más indigestos.

Basta echar una mirada a nuestras librerías populares, esos bazares donde el pueblo se entrega a la aventura del conocimiento en los bajeles corsario de la piratería editorial. Manuales de liderazgo del Dr. Cornejo, fábulas místicas del Dr. Chopra, fábulas grotescas acerca de quesos robados, novelas sobre las Artes Sutiles del Marketing, que son valoradas por sus lectores como conocimiento verdadero, como la alquimia sabia y secreta que permitirá que las mercancías que informalmente trafican se conviertan en dinero y, en sus sinónimos más gloriosos, la Felicidad y la Autorrealización.


A esta ilusión de ser tan prácticos como los gringos sucumbió nuestro Ministerio de Educación, con un plan de estudios que convirtió a la Literatura en Comunicación y que arrancó de cuajo a la Filosofía para arrojarla en el desván oscuro del olvido. Y de esa manera, más allá de intentos vanos y buenas intenciones, la Educación Nacional ademia pre-universitaria, donde se enseñe a los muchachos la correcta manera de discernir entre A, B, C, D, o Ninguna de las Anteriores, todo bajo los elegantes rótulos de Física y Matemática.

¿Cuál será el resultado en el futuro inmediato? El descenso de la Educación Peruana a niveles bajo cero en la próxima prueba de PISA.

¿Y a largo plazo? Una generación de rollizo y alegre ganado para el Nuevo Perú, más de metal y melancolía que nunca, Yanacocha gratias.

En nuestro afán por parecer prácticos y tecnológicos destruimos lo poco que tenemos y caemos más en el pozo del subdesarrollo. Ignoramos, por ejemplo, que la mejor educación de Europa, la alemana, hace énfasis en materias que serían burdamente caricaturizadas por nuestros educadores como inútiles: el Latín y la Música.

Hasta el Catolicismo, que durante mucho tiempo fue el Baluarte de las Formas Eternas en un mundo cada vez más utilitario, acabó cayendo en esta lógica populachera. Muestra de esto es le abandono del Canto Gregoriano y la Sacre Polifonía Palestriniana del Aquinatense por los oropeles falsos de la Administración de Empresas, que se demuestra con privilegio en las abundantes "universidades católicas" donde se ha llegado al reduccionismo inverosímil de querer contemplar el mundo a través de los anteojos de la Business Administration.

Todo, en nombre del progreso.

Cuándo entenderemos que el verdadero progreso ocurre merced de una condición asaz paradójica: mediante la conservación y el cultivo de un conjunto de Formas Eternas que se relacionan armónicamente.

La Música es un ejemplo de estas Formas y sus relaciones armónicas. Armonía de las Esferas, la llamaba Pitágoras. Ninguna de las naciones que la cultivan con privilegio ha sucumbido jamás a la descomposición social.

Otro Ejemplo de un conjunto de Formas Eternas que se relacionan es el largo bagaje de historias y artes que ha llegado a nosotros desde la antigüedad con el nombre de Humanidades Clásicas.

En las tragedias de Sófocles, en las Vidas Paralelas de Plutarco, en los Soliloquios Agustinianos, en los Himnos arcaicos de la poesía cristiana con el Vexilla Regis o el Victimae Paschali Laudes, En la Commoedia Dantis, por mencionar sólo algunos textos, se resumen todas las posibilidades humanas, los catálogos de las pasiones posibles, todo cuanto es preciso saber sobre la grandeza y miseria del hombre. Todo cuanto de bueno ha producido el Arte Humano a partir del inicio de la Modernidad, no es más que la variación y el cultivo de estas formas primigenias.

Maquiavelo le sugería a su príncipe aprender de los ejemplos de los príncipes pasados. Cervantes, siguiendo a los clásicos, llamaba a la Historia, madre de la Verdad. Las Humanidades no son más que las Historias del Pasado, que mediante una cifra secreta, se combinan y producen el presente. Esa cifra es la Letra que da significado al Mundo; letra inefable, indefinible y que sólo puede sentirse en la chispa prodigiosa que se produce en nuestra alma cuando comprendemos una Idea; cuando el néctar escondido detrás de un verso o de una historia se libera en nuestra mente, dándonos una visión del Mundo de las Formas, verdadera primicia de la gracia.

Obstinándose en conservar integralmente lo pasado, pudieron los monjes benedictinos preservar la Cultura durante las invasiones bárbaras. A nadie se le ocurrió entonces entablar un "diálogo intercultural" con los Hunos, o invitar a Atila a una mesa redonda. Pues si hubiera sido así, todavía estaríamos vistiendo calzas tras un par de bueyes aradores. Se produjeron cambios y mestizajes, sí; pero siempre partiendo de la base de conservar la Cultura de manera íntegra.


II

La Vulgata de la sociedad actual entona los cánticos de un Mundo Globalizado, que exige nuevos retos.

La Globalización y la Tecnologización han roto el esquema del mundo como un lugar inmenso a ser descubierto, con individuos a quienes catalogar, clasificar y consecuentemente civilizar. Thomas Friedman sostiene que las constantes revoluciones en le área de la comunicación han hecho plana de nuevo a la Tierra. Como dijo certeramente MacLuhan, estamos ahora en una Aldea Global.

El Mediterráneo era el espacio por antonomasia de Occidente, el Orbis Terrarum, el Mundo agotado y conocido de los romanos. Ahora el Mundo Globalizado es el Mediterráneo de otro Imperio, cuya principal preocupación, igual que la de su antecesor, es el comercio; un Imperio que cíclicamente es atacado por piratas, y que tiene a nuevos persas y a nuevos bárbaros, esperando ante sus Murallas.

Este Imperio, igual que el anterior, requiere de una nueva koiné, un sistema de signos que asegure la comunicación universal. Y esta koiné necesita de un conjunto de prácticas -es decir, de artes- que la preserven y la cultiven en el dinamismo de sus diversos registros, que van desde lo hierático o sacerdotal -un registro intangible y altamente codificado- hasta lo demótico o popular -un registro plástico y en constante cambio.

Este conjunto de artes destinadas a asegurar la comunicación en este nuevo Impero -o Mundo Globalizado, como se prefiera- hará énfasis en la eficaz expresión en los soportes escritos y no escritos y en la eficaz discusión; es decir, no serán más que el viejo trivium de la Educación Clásica Medieval: Gramática, Retórica y Dialéctica.

He ahí a las nuevas Artes Humanísticas que, en diálogo con las Humanidades Clásicas, sabrán lidiar con los retos de un Mundo que presenta a la vez el cambio más vertiginoso y la continuidad más confuciana.