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La educación liberal. Una lectura a Leo Strauss





José Bellido Nina



Leo Strauss, nace en una familia judía en Alemania, y por la persecución desatada por el Nacional Socialismo, decide instalarse en EE.UU., donde comienza un vida intelectual dedicada a la filosofía política clásica. Strauss cree que los problemas de hoy pueden encontrar respuestas en el retorno a los clásicos.

Siguiendo los estudios de Strauss, él aboga por una educación liberal en sentido clásico; es decir, las enseñanzas de Sócrates, Platón y Aristóteles. 
Para Strauss:

“La educación liberal es la educación en la cultura o para la cultura.
El producto terminado de una educación liberal es un ser humano cultivado. “Cultura” (del latín: cultura) quiere decir en primer lugar agricultura: el cultivo de la tierra según su naturaleza. “Cultura” en su sentido derivado, y en la actualidad el principal, quiere decir el cultivo de la mente, el cuidado y mejoramiento de las facultades innatas de la mente según su naturaleza”[1].

Esta tarea no puede emprenderse solo, sino con maestros, quienes a su vez no fueron discípulos, son las mentes más grandes, pero a ellos se les encuentra a través de libros; sin embargo, hay tener un cuidado apropiado de los grandes libros[2].  Por ello, sugiere el profesor, este estudio es una educación en las letras. De esto se desprende una primera característica de la educación liberal: La cultura de la mente.
Esta enseñanza se complementa cuando Strauss  trae a colación la democracia que fue concebida por los antiguos:

“El régimen que depende de la virtud: una democracia es un régimen en el cual todos o la mayoría de los adultos son hombres virtuosos, y, como al parecer la virtud exige la sabiduría, un régimen en el cual todos o la mayoría de los adultos son virtuosos o sabios, o la sociedad en la cual todos o la mayoría de los adultos han desarrollado su razón en un alto grado, o la sociedad racional. En una palabra, se supone que la democracia es una aristocracia ampliada y universal”[3].

El buen caballero, y no sólo el buen hombre[4], realizan los actos virtuosos; es decir, el hábito constante de hacer el bien.  A comparación de la democracia de masas, siendo una cultura de masas, se “adquiere por las capacidades más bajas, sin esfuerzo intelectual o moral alguno y a un valor monetario muy bajo”[5]. La consideración a esto es que la democracia moderna se caracteriza por la ausencia de interés en los asuntos políticos, en los temas más relevantes para la ciudad, que constituyen en sí el bienestar de la comunidad política. Así, la presencia del caballero en la ciudad “es inapreciable por el hecho de que es capaz de prestar los mayores servicios, y sin embargo se satisface con sólo ver recompensada con honores su virtud"[6].

Una virtud a considerar siempre será la prudencia, virtud que debe regir en las decisiones del hombre, en especial en la política[7], y su máxima expresión está en la legislación; es decir, leyes justas y buenas para todos.

Strauss, considera al señor como distinto del esclavo:

“Originalmente, liberal era aquel cuyo comportamiento era propio de un hombre libre, distinto del de los esclavos. Según el análisis clásico, la liberalidad es una virtud que se refiere al uso de la riqueza y en particular, por consiguiente, a la dádiva: el hombre liberal da con mucho placer de lo propio en las circunstancias adecuadas porque éste es un acto noble, y no por cálculo (…).
En la vida diaria, que es la vida en paz, las oportunidades más comunes para demostrar si se posee el carácter de un hombre libre o de un esclavo, las ofrece el trato con los propios bienes; la mayoría de los hombres rinden honores a la riqueza y demuestran de este modo que son sus esclavos; el hombre cuyo comportamiento es propio de un hombre libre se presenta ante todo como un hombre liberal en el sentido de Aristóteles. Sabe que ciertas actividades y, por lo tanto, ciertas ciencias y artes en particular – las ciencias y artes liberales- son dignas de ser elegidas por sí, sin importar su utilidad para la satisfacción de necesidades inferiores. Prefiere los bienes del alma a los bienes del cuerpo. La liberalidad es entonces sólo un aspecto, por no decir uno de los nombres, de la excelencia humana, o del ser honrado y decente. El hombre liberal del nivel más alto valora mucho la mente y su excelencia (…)[8]”.

De lo escrito, podemos considerar una segunda característica de la educación liberal: El cultivo de la mente en la virtud cívica. Puesto que si seguimos la consideración clásica del zoon politikon, apreciamos la connaturalidad del hombre y la ciudad, siendo ésta un espacio para la realización de los hombres.
Por lo tanto, existe un compromiso íntimo del ciudadano con su ciudad; es decir, no sólo el quehacer es público, sino necesita de una formación privada. La virtud se adquiere por la educación, una educación de apertura al otro como igual y al mismo tiempo al propio fin.

“La ciudad es una sociedad que comprende distintos tipos de sociedades más pequeñas y subordinadas; entre éstas, la familia o el hogar es la más importante. La ciudad es la sociedad superior y la más integral dado que apunta al bien superior y más integral que toda sociedad puede buscar. El bien superior es la felicidad. El bien superior de la ciudad es idéntico al bien superior del individuo. El núcleo de la felicidad es la práctica de la virtud y, en primer lugar, de la virtud moral. Como la vida teórica es el tipo de vida más digna de ser elegida para el individuo, se deduce que al menos cierta analogía de ésta es también el objetivo de la ciudad. Por más que esto sea así, el objetivo de la ciudad es la vida noble, y por lo tanto, la preocupación principal de la ciudad debe ser la virtud de sus miembros, por lo tanto, la educación liberal”[9].

Esto nos lleva a la última característica de la educación liberal: La responsabilidad cívica. “Por el hecho de ser quienes son, se espera de los señores que marquen la pauta de la sociedad del modo más directo, menos ambiguo y más incuestionable: gobernándola a plena luz del día”[10].

La tarea en sí es ardua, la dedicación y compromiso con uno mismo y la comunidad conllevan a un sacrificio valioso. Siendo también propio de la filosofía política el conocimiento de la naturaleza de las cosas políticas y el buen orden político o el mejor régimen político[11].

Entonces, es necesario rehabilitar la racionalidad política clásica y su relevancia en el estudio para los ciudadanos y en especial para los gobernantes. La racionalidad política clásica es importante por su carácter sustantivo; es decir, en dos aspectos: la razón como búsqueda de la verdad, y la razón entendida en clave ética o moral[12].
Por ello:

“El carácter sustantivo de la racionalidad política clásica no solo se pone en eviden­cia en el aspecto moral que se desprende de sus consideraciones, sino también en el papel central que asume la decisión en el debate político. Strauss anota que el tema de controversia fundamental es la cuestión relativa al tipo de hombres que deben tener la última palabra en los asuntos políticos, es decir, quiénes deben decidir. En ese marco, el diálogo, la deliberación y la persuasión son situados en el ámbito político como medios e instrumentos de los asuntos políticos, no como fines en sí mismos. En último término, pretenden propiciar una mejor decisión, esto es, aquella que sea más verdadera, buena y justa”[13].

Si bien Strauss destaca la presencia del señor en la política y para ella, no siempre éste podrá tener las riendas en el gobierno, que es comprensible teniendo en consideración lo insensata que es la democracia es manos de las grandes masas. Sucumbida por los intereses privados y bajo el cálculo costo-beneficio, resulta quizá un ideal tal quehacer, pero frente a nuestra crisis resulta un imperativo. Esta educación sólo es asequible a una minoría, entonces:

“La educación liberal es la escalera por la que intentamos ascender de la democracia de masas a la democracia en su sentido originario. La educación liberal es el esfuerzo necesario para fundar una aristocracia dentro de la sociedad de masas democrática. La educación liberal recuerda acerca de la grandeza humana a aquellos miembros de una democracia que tienen oídos para oír”[14].




[1] STRAUSS, Leo, Liberalismo antiguo y moderno, trad. de Leonel Livchits, Katz, Madrid 2007, p. 13.
[2] STRAUSS, Leo, ob. cit., pp. 13 – 14.
[3] Ibíd. p. 15.
[4] Strauss advierte que se debe tener cuidado de no confundir al “hombre bueno” o perfecto caballero de Aristóteles con el “hombre bueno” que sólo es justo y moderado pero carente de otras virtudes. Ver STRAUSS, Leo, La ciudad y el hombre, Katz, trad. de Leonel Livchits, Buenos Aires 2006,  pp. 47 – 48. Desde un estudio a Aristóteles, el profesor Carnes Lord considera a “el hombre bueno (agathos), que actúa con virtud por un deseo de adquirir las cosas naturalmente buenas de la vida (es decir lo fundamental, riqueza y honores) y el “hombre noble y bueno” (kaloskagathos), que realiza acciones de virtud por sí mismas o porque son nobles”. Ver LORD, Carnes, Aristóteles, en STRAUSS, Leo y CROPSEY, Joseph (comps), Historia de la Filosofía Política, trad. Leticia García, Diana Luz Sánchez y Juan José Urtilla, Fondo de Cultura Económica, México 2004, p. 130.
[5] STRAUSS,  Leo, Liberalismo antiguo y moderno, ob. cit., p. 16.
[6] LORD, Carnes, Aristóteles, ob. cit., p. 130.
[7] “Ser prudente significa llevar una vida buena, y llevar una vida buena significa que uno merece ser su propio amo o que uno toma bien sus propias decisiones. La prudencia es ese tipo de conocimiento inseparable de la “virtud moral”, esto es, del carácter bondadoso o del hábito de elegir, del mismo modo en que la virtud moral es inseparable de la prudencia”. Ver STRAUSS, Leo, La ciudad y el hombre, ob. cit. p. 43.
[8] STRAUSS, Leo, Liberalismo antiguo y moderno, ob. cit., p. 50.
[9] STRAUSS, Leo, La ciudad y el hombre, ob. cit. p. 52. Strauss es filósofo político y estudioso de la filosofía política clásica. Por ello y siguiendo a Aristóteles, concibe “el fin supremo del hombre por naturaleza es la comprensión teórica y filosófica, y esta perfección no necesita de la virtud moral en tanto virtud moral, esto es, de los actos nobles y justos como signos de ser elegidos en sí. (…)  el filósofo utiliza las acciones en cuestión sólo como medios para alcanzar su fin. (…) Las virtudes morales están vinculadas de forma más directa con el segundo fin natural del hombre, su vida social; por lo tanto, se puede pensar que las virtudes morales son comprensibles en tanto virtudes esencialmente al servicio de la ciudad”. Ver SRAUSS, Leo, ob. cit., p. 46.
[10] STRAUSS, Leo, Liberalismo antiguo y moderno, ob. cit., p. 28.
[11] HERNANDO NIETO, Eduardo, ¿Entre Atenas o Jerusalén? El derecho natural clásico de Leo Strauss, en CHÁVEZ FERNÁNDEZ, José (compilador), Derecho y moral en el debate iusfilosófico contemporáneo, Fondo Editorial UCSP, Arequipa 2010, p. 316.
[12] GARZÓN, Iván, Leo Strauss y la recuperación de la racionalidad política clásica, en “Dikaion”, Bogotá, setiembre de 2009,  n. 18. p. 310.
[13] GARZÓN, Iván, ob. cit., p. 312.
[14] STRAUSS, Leo, Liberalismo antiguo y moderno, ob. cit., p. 16.