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¿Lexis o praxis?: Buscando convergencia



José Bellido Nina


La convergencia entre lexis (discurso) y praxis (práctica) se ha olvidado en la política. La identidad, permanencia y responsabilidad que debería tener el político con su comunidad y el Estado están ausentes en los últimos 30 años.

La pérdida de la formación personal en una educación en virtudes, el desvanecimiento de los partidos políticos, el oportunismo de actores sociales en movimiento regionales o locales improvisados, la pérdida de la noción de la decisión del político como cabeza de una organización política - histórica como es el Estado, la ausencia de buscar una sociedad que reconozca unos derechos fundamentales emanados de la dignidad humana y no condicionada a la ideología del liberalismo político y la falta de convergencia entre ciudadanos con un sentido plural de la realidad política son algunas de las características que han hecho que la política caiga en la banalidad.

La política debe de ser un espacio de unidad en pensamiento y acción. La carencia reflexiva de la cosa pública ha sido notoria en los peruanos que se deja ver en nuestros representantes del gobierno central, regional y local,  dejando en evidencia la crisis política de la democracia participativa y representativa. Eso ideales de patriotismo o civismo son socavados por aires del pluralismo político. La sociedad vive acosada por aires posmodernos que plantean construir la vida ética y jurídica, promocionar únicamente lo religioso como privado y la no aprehensión de la verdad por los hombres.

El poder entonces cae en desequilibro, tendiente más a lo pragmático y utilitario, a lo mundano, sin ninguna noción de preservar un orden natural a través de normas jurídicas. La búsqueda del bien común es reducido al interés personal e ideológico de unos cuantos. 

Esa extraña frase de que la mayoría rige a las minorías, tiene una grave crisis de entender cuál es el límite de los gobernantes. El egoísmo de construir con filosofía o ideología terrenos inhóspitos sin ninguna finalidad para la comunidad, guiados por sentimentalismo, genera sin duda una crisis existencial.

Hoy, los liberales no hacen más que colocar a la sociedad civil y sus "construidos" derechos humanos como límites de los poderes del Estado. Pero olvidan que para que algo dure debe tener un asidero ontológico y trascendental. La inserción de un Estado pluralista es más una imposición que   un respeto a su promovida libertad. Imponer un modus vivendi temporal genera que la universalidad que ellos buscan carezca de sentido. Aunque la "llave mágica" sea la tolerancia, al ser todo relativo, ese mismo valor carece también de rigor. No se puede defender unos derechos que se dicen que son de todos, terminando por alegar unos derechos para unos pocos; peor aún, en contra de los mismos ciudadanos. Por lo menos el gobierno actual se guía por izquierdistas liberales.

"El mundo cambia y hay realidades que tienen que ser aceptadas", es una frase que sueltan los políticos de hoy para explicar a un ser humano histórico, sin ninguna explicación metafísica ni Divina.

La demagogia entonces es una desvinculación entre lo que se dice y se hace, propio de elaborar propuestas políticas o políticas públicas, proselitistas y gubernamentales, respectivamente. Pero en el fondo es una desvinculación como ser humano y el deber como político. Un inicio para la corrupción. 

Partir de una dignidad ontológica, y reconocer legítima y legalmente unos derechos naturales que rigen cualquier acción como a un Estado que busca armonía interna es un paso para encontrar unidad en verdad.

La decisión sólo está en los políticos que toman en serio la política.